jueves, 13 de diciembre de 2007

MOTIN EN LAS FILAS DEL FOLK


Cuando estaba en el colegio me llevaron a la Cárcel de Mujeres con el grupo de teatro. Fuimos en bus. Curiosamente no era la primera vez que pisaba la entrada de la cárcel. Ni siquiera la primera vez que había cruzado esas rejas. Aunque esta vez, tengo que decir, no estaba tan seguro de volver a salir. Sin embargo, el hecho de ser hombre jugaba a mi favor. O no.
Llevábamos la cara pintada. Y a pesar del alboroto que nuestra presencia causaba, nosotros teníamos prohibido abrir la boca. Sobre todo, porque íbamos de mimos. Se trataba de una función benéfica y actuábamos sin la palabra. Dije que no era la primera vez que pasaba por esta cárcel, porque mi padre la había construido. Así que había estado hay cuando el trafico era de volquetas y no de otras cosas. Cuando las únicas mujeres que estaban por allí no eran ni guardias, ni presas, sino la señora de la tienda que surtía de empanadas a los obreros o alguna que otra funcionaría, que por su cargo, pisaba esos terrenos con la incerteza de no saber si acabaría cambiando su traje de gala por uno de rayas tras alguno que otro posible escándalo de desfalco.
Salvo en las izadas de bandera del colegio, el grupo de pierrots al que pertenecía no tuvo mucha cabida. Así que la cárcel fue la cima de nuestra historia. El pico más alto de nuestra carrera meteórica del arte de hablar sin hablar. Y aunque partiendo del silencio arrancamos un par de risas, no nos engañemos tampoco fuimos Johnny Cash. Ese si que sabe encender un infierno.
La cárcel ha marcado dos veces la trayectoria musical del Hombre de Negro. En realidad nunca ha cumplido tiempo, ni ha pasado por ninguna condena penitenciaria. Todo y que en su biografía revela historias que si cualquier mortal hubiera protagonisado, seguramente estaría ahora pudriéndose bajo los barrotes. Destrozo de habitaciones, excesos de pastillas, accidentes automovilísticos, incendios forestales… lo típico de una estrella internacional. El delirio de la combinación de anfetas y calmantes con alcohol.
Las únicas veces en las que Cash ha comprobado el confort de la cárcel ha sido para protegerlo de sus locuras. Una noche en un calabozo de un condado perdido en el que actuaba la noche anterior, un encierro menor en el que la propia autoridad lo levantaba con un "Buenos Días Señor Cash" y una tasa de café.
Una historia carcelaria insignificante para alguien que grabó en Sun Records, compartió escenario con Elvis, Jerry Lee Lewis y era amigo de Roy Orbinson. Un principiante comparado con James Brown, que entraba y salía de “la cana” con asiduidad. Sin embargo, a diferencia del Rey del Funk, dos de las veces que Cash visitó por la cárcel, pasaron a la posteridad.
Folsom y San Quentin pueden ser dos cárceles más dentro de toda la telaraña penitenciaria de los Estados Unidos. Dos lugares para olvidar, al mismo tiempo que para recordar, después de que la lírica y los acordes de Cash los inmortalizara para siempre.
En la primera, el sonido de una locomotora abre una cadena de lamentos en la que un preso asocia el ruido del paso del tren con la libertad. Desde su celda este preso ahoga en lagrimas un testimonio en el que habla de cómo su madre le decía que no jugara con armas y que remataría con el ya celebre "Le disparé a un hombre en Reno, sólo para verlo morir".
Esta misma canción la incluiría de nuevo en el repertorio de su siguiente actuación carcelaria. Aunque en este caso, la canción había dado un giro radical. Con un rasgueo folk completamente elevado de tempo. De hecho, casi todas las canciones que canta esa noche están aumentadas de revoluciones. Inclusive I Walk The Line.
Pero quizás lo más impresionante de este album es la sintonía de Cash con su público: los presos. Con sus letras forajidas, sus retratos de la América oprimida, la visión de la vida marginal y su eterna fascinación por las historias de cruce de caminos. Del honor, de la sangre, de las lágrimas, del héroe cotidiano, de la hazaña a pequeña escala y de la gran magnitud del mundo que poco a poco se devora a las personas. Historias trágicas, otras cómicas.
Como por ejemplo A Boy Named Sue, una canción que habla de un hijo que busca a su padre para matarlo, después de que este lo abandonara y le pusiera un nombre de mujer. Una canción desenfadada con la que el auditorio estalló en risa. Parecía más una presentación de Les Luthiers, que del Hombre de Negro.
Sin embargo, el clímax de la noche no fue en este tema, sino en otro que le llegó directamente al corazón de los reclusos: San Quentin, una canción completamente contestataria en la que intentó ponerse en la piel de los presos. Interpretada justo en un momento en el que la paciencia de los guardias estaba al límite.
Una autentica bomba de relojería. De principio a fin. Con Johnny pregonando la subversión total, rasgando las cuerdas de la guitarra, mientras en los espectadores se va gestando la célula del motín, en medio de una increíble ovación con cada una de las palabras que dice. Una ovación que va a más y a más, hablando de heridas profundas, del desgaste del alma y de la redención en la misma cárcel donde Charles Manson cumple cadena perpetua:

Sant Quentin, may you rot and burn in hell.
May your walls fall and may I live to tell.
May all the world forget you ever stood
and may all the world regret you did no good.
Sant Quentin I hate every inch of you.

lunes, 22 de octubre de 2007

LA VIDA EN FUGA:

viernes, 21 de septiembre de 2007

LA CLASE OBRERA DEL ROCK



El carisma muchas veces lo ponen las estrellas, pero del voltaje, de eso a veces se tienen que encargar otros. Sin ellos, la historia de la música sería diferente. Y aunque sean matones a sueldo de algún líder golfo ansioso de conquistar la Bildboard, en parte, su sonido ha definido el rumbo del rock n’ roll. Lo hizo Bill Halley con sus Comets, Buddy Holly con los Crickets o Smokey Robinson con los Miracles.
Y es que en la memoria del gran público siempre quedará grabado el nombre de la banda con la que los grandes recorrieron el camino hacia la inmortalidad: Frank Zappa con The Mothers, Nick Cave con the Bad Seeds, Huey Lewis con The News y por supuesto, en la ficción, Ziggy Stardust con The Spider from Mars.
Tan determinante es el papel que han jugado estas bandas de apoyo, que en muchos casos, el que pone la cara para las portadas de las revista no consigue arrancar del todo con una carrera solista, hasta que no se atreve a editar un álbum que sea testimonio de su infidelidad con otros músicos. Le pasó a Tom Petty con Full Moon Fever cuando probó suerte sin los Heart Breakers, al igual que a Elvis Costello, quien a mediados de los noventas zanjó su colaboración con The Attractions.
Porque en muchas ocasiones, empezar de nuevo con otras bandas les ha empujado a embarcarse en proyectos con los que han alcanzado fronteras en su interior hasta el momento desconocidas por ellos mismos. En parte, fue lo que le pasó a Hendrix, cuando, conservando aún la estructura del trío, pasó de Experience a liderar The Band of Gipsys, reclutando a Bill Cox en el bajo y a Buddy Miles en la batería.
Y aunque en la mayoría de los divorcios definitivos o momentáneos entre la estrella y sus lacayos, se han traducido en más tiempo libre para las bandas, en otros casos ha pasado todo lo contrario. Por ejemplo, los chaperones de Springsteen, la E Street Band no se quedó de brazos cruzados durante los diez años en los que no estuvo bajo las órdenes del Boss, llegando a tocar con otros grandes artistas como David Bowie, Ronnie Spector, Swing, Ringo Star o Peter Gabriel, entre otros.
Pero quizás uno de los casos más curiosos de la música lo ha protagonizado The Band. Esta formación canadiense llegó a tener varios nombres, pero al final optaron por quedarse por el que todo el mundo los conocía: The Band, por ser en el momento los que acompañaban en el escenario a Bob Dylan. Pero aunque al principio eran reticentes a pasar a la historia del rock bajo este nombre, al final terminaron adoptándolo con orgullo. Y lo siguieron utilizando, inclusive después de haberse desligado del poeta de Minnesota, consiguiendo de esta forma un éxito increíble y ganándose una reputación enorme que los catapultó hasta la cima.

viernes, 31 de agosto de 2007

PÁJARO EN LLAMAS

“He visto las mejores mentes de mi generación, destruidas por la locura, muriéndose de hambre, histéricas, desnudas, arrastrándose por las calles negras a la madrugada, buscando una droga furiosa”.

El Aullido - Allan Ginsberg.



Un error en medio de la improvisación, los dedos se enredaron, quedó en silencio, estancado en la nebulosa. Un fuerte baquetazo en la cabeza que le lanzó el baterista lo arrancó del vacio, abucheado y burlado se bajó del escenario. Durante las siguientes semanas le hirvió la sangre, así que se dedicó a perfeccionar su técnica, para no callar jamás, para gritar como nadie, para dejar a todos con la boca abierta. Esto era en aquella época de sus 15 años, cuando vagaba con su saxo alto, por las calles de Kansas, en busca de colarse en algún jaming de los que hacían las orquestas de la ciudad después de sus presentaciones. El pequeño golpe rompió el cascarón y Charlie Parker, después de unos meses era el saxofonista de la mejor orquesta de la ciudad. Con esta viajó por primera vez a Nueva York, ahí conoció a un trompetista con el que compartía algunas ideas, un tal Gillespie.


Algo de esa primera estancia en Nueva York lo obsesionó por volver, esta vez por su cuenta. No le importó lavar platos en un bar durante unas semanas, mientras que escuchaba el ritmo frenético de Art Tatum, cuando el baterista dejó de tocar en el lugar, Charlie también se fue. Estuvo un rato durmiendo en las calles y vagando por ahí hasta que consiguió tocar por una miseria en un local, en el que unas noches después se volvió a encontrar con Dizzy Gillespie, que se convertiría en su sombra durante esos primeros años. El trompetista lo arrastró a la orquesta en la que estaba tocando, pero al poco tiempo se independizaron y esparcieron su poder por los bares de la zona, eran mediados de los 40´s y la calle 52 ardía. Se dice que ambos le dieron forma a lo que se venía gestando desde hacía tiempo en las calidas noches de improvisaciones en Harlem, el Be-bop, música de la membrana que le dio un golpe certero al show bussines del momento, el swing, y que hizo arder al jazz y lanzarlo como un cohete por una órbita inesperada.

martes, 7 de agosto de 2007

LOS LÍMITES DE LO INFLAMABLE


En el barrio en el que crecieron las niñas pequeñas en vez de jugar con barbies, jugaban con los barbitúricos de sus hermanos mayores. Sin embargo, a pesar de haber estado rodeados de un ambiente de vandalismo latente, el historial criminal de los Flaming Lips siempre estuvo limpio; por lo menos antes de convertirse en estrellas de rock.
Psicodélicos, extravagantes, fetichistas y hasta pirómanos extremos: esta banda formada en South West, Oklahoma, ha desafiado todos los limites de lo kitsh hasta haberse forjado una imagen propia. Si bien es cierto que han querido parecerse a Janes Adiction y hasta han sido los imitadores oficiales de The Bud Hole Surfers, con el paso del tiempo los Lips han pasado ya de copiones a copiados.
Un status que han alcanzado en parte gracias a la ausencia completa del sentido del ridículo: apostando por una puesta en escena repleta de disfraces, confeti y sangre de mentiras. Y es que ver a los Flaming Lips encima de los escenarios resulta todo un acto hipnótico, sobre todo para aquellos que se dejan llevar por sus letras optimistas que hablan de muerte y decepción.
Porque si una cosa tiene esta banda, es que son unos verdaderos supervivientes. Salidos directamente desde la Nación Alternativa, esta formación ha sido una de las pocas bandas grunge que no sufrió un corte digestivo con la fama de los noventas.
Es más, el impulso del nuevo milenio les ayudó a redefinir su sonido. En parte gracias a la complicidad del cantante, guitarrista y fundador, Wayne Coyne, con Steve Drozd, el hombre orquesta de la banda (piano, batería y guitarra). Una química que ha estado presente desde She Don’t Use Jelly, el primer gran single de los Lips, hasta la actualidad. Una sociedad que empezó cuando los Flaming Lips ya contaban con varios álbumes en su espalda y que con la llegada de Steve como baterista sirvió para abrir horizontes musicales hasta ese entonces inexplorados por la banda.
Y es que si bien Coyne ha sido el gran motor de los Flaming Lips, Drozd aportó con su llegada un torrente de melodía, que se refleja claramente en sus arreglos detallistas de piano y guitarra, muy parecidos a las pinceladas que engrandecen las mejores obras de arte.
Unos arreglos que han demostrado todo su potencial con la salida al mercado de álbumes como Yoshimi Battles the Pink Robots y At War with the Mystics, en los que la personalidad excéntrica de la banda se hace más evidente: tanto en estudio, como en vivo.
Sin embargo, toda esa locura es la que en el fondo más adeptos les ha conseguidos a estos músicos, que en concierto han logrado atesorar momentos históricos, como cuando tocaron en el Zoo de Oklahoma o por ejemplo, el ya habitual paseo por el público de Wayne Coyne dentro de una burbuja de plástico, en la que el cantante se sumerge de lleno entre las manos de la multitud.

jueves, 19 de julio de 2007

El eterno Dorado

Mientras que en Italia disfrutaban del brillo del Renacimiento, soportando la peste negra, elevando el humanismo, su perspectiva y su rescate de lo antiguo. A un lado del Támesis, el Glove se inflaba con las brujas de Macbeth, los insomnios del príncipe de Dinamarca y los celos del rey moro. Los portugueses recorrían medio mundo y los 7 mares, en su siglo de los descubrimientos, encontrando puertos y fundando postas de comercio que después les arrebataron los Holandeses e Ingleses. Por las montañas de Castilla y la Mancha vagaba el caballero de La Triste Figura, haciendo entuertos y ofreciendo ínsulas inexistentes a los incautos.

Mientras que al otro lado del Atlántico, hombres desesperados regaban la viruela, sometían a tribus guerreras y arrasaban con todo lo que encontraban a su paso. Surcando ríos, escalando montañas increíbles, atravesando selvas inhóspitas en donde morían de malaria y de locura. Movidos por ideales absurdos como El Dorado o la Fuente de la Eterna Juventud, los conquistadores recorrieron América desde California, hasta la Patagonia, los desiertos de México, las selvas de Centro América, el Caribe, los Andes, las costas del Pacífico, la Selva Amazónica, el Río de la Plata, el Orinoco, el Paraná, el fin del mundo. No encontraron las maravillas que buscaban, pero si mucho oro, mucha sangre, muerte, muchas delicias tropicales y pueblos sometidos. Llegaron hasta Tenochtitlán, hasta la ciudad sagrada de los Incas, pero no encontraron el tesoro que estaban buscando. Porque mientras que el desespero y la desilusión iban siendo regados por América, el verdadero Dorado sucedía al otro lado del Atlántico en donde la pluma de Lope se mezclaba a la vez con la de Cervantes y Quevedo, mientras que Velásquez pintaba a sus enanos y perros congelados en el tiempo.



Si la gesta heroica y absurda de la conquista tuvo algún sentido, ese es el Siglo de Oro Español. Nada justifica las muertes y sangrías, los pueblos arrasados y las culturas aniquiladas, la larga noche de los 500 años, las malas administraciones que han sido heredadas. La Conquista de América fue una vana ilusión, como todo lo que buscaban los conquistadores, como todo lo que construyeron, como todo lo que queda. Parece que fueron generaciones y generaciones de Buendías, de Aguirres que se perdieron por tomar el rumbo equivocado. Los mapas, los edificios, los lingotes de oro, poco importan, el gran tesoro que España pudo ofrecer al mundo después del descubrimiento de América (además del la papa, el tomate, el maíz, el tabaco y demás) fueron la honestidad brutal de sus letras y su pintura.

La vida es sueño, Don Quijote, El Buscón, los dramas y comedias de Lope y de Tirso, bien simbolizan el esfuerzo, la muerte y la locura de la conquista. Es en todos ellos en donde se encuentra la explicación de lo que ES, de lo que FUE. En los bares de Madrid, por Lavapies o Malasaña, sigo viendo a los borrachines de Velásquez. En Medellín, Santiago de Chile o el D.F, siguen habiendo buscones, iguales al de Quevedo. Realmente el Siglo de Oro es lo que nos sigue uniendo a todos, es lo que somos. Nuestras tierras no fueron fundadas por Quijotes valerosos que en los ardores de sus locuras querían rescatar princesas y mantener el honor de los caballeros andantes. Fueron fundadas por Sanchos despistados y despiadados que creían en cualquier cosa y babearon de codicia por ínsulas inexistentes. En las tramas del Siglo de oro, enredadas, complicadas, populares. En el levantamiento de Fuente Ovejuna, en las andanzas de Don Juan, en la amargura y resentimiento de Segismundo, es donde se ve, ese universo que sigue existiendo en las tierras en donde se habla castellano. Es lo que se ve en las calles, en las inquietudes, en las películas de Almodóvar o Alex de la Iglesia. Es la decadencia como forma de vida, el rebusque como única salida.




Dicen que con el Quijote nace la novela y la narrativa moderna y que a partir de los enredos de Lope la dramaturgia tomó una nueva dirección. En las obras de Tirso o Calderón, se ve perfectamente cómo construir bien una historia, cómo darle giros inesperados, cómo crear misterio y risa, cómo describir y construir situaciones cómicas o dramáticas. En El Buscón de Quevedo o el Quijote, están presentes los ángeles desesperados, desperdigados por las carreteras, que luego retomaría la literatura de carretera. Pero el gran aporte de estas obras, es haber construido a base de sinceridad, mostrando un pueblo tal como era, lo peor y lo mejor, sin falsas grandezas, del alma Hispana. Es esa tradición la que realmente vale la pena.

El Siglo de Oro es el canto a todos los sueños vanos y los desperdicios que significaron La Conquista de América. Ahí siguen sus voces que rebotan como fantasmas dentro de los que hablamos esta lengua de fuego. El Siglo de Oro es nuestro Dorado, es nuestra Fuente de la Eterna Juventud. Fue nuestro Macondo, nuestra Comala, nuestro Oliveira, vagando, Buscón, por las calles de París. Fue la pesadilla y el constante despertar a esta vida que sigue siendo un sueño.

Como dice Segismundo al final de su célebre soliloquio:

"Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
ue toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son".

domingo, 8 de julio de 2007

LA NOCHE EN LA QUE ESTALLÓ EL ROCK Biger than a Bang

Se supone que debíamos estar en el gallinero, en el extremo más extremo de la parte de arriba. Pero cuando entramos y vimos que podíamos pasar, una naturalidad descarada nos impulsó a seguir las escaleras hacía abajo, lo más cerca del escenario posible. Anduvimos como quien va de visita, viendo por fuera la cosa y un poco contrariados por que nadie nos obligaba a subir. Seguimos nuestro recorrido hasta acercarnos a la zona vip, vimos que alguna gente entraba sin que les pidieran la entrada y los seguimos, estábamos a 10 metros de la tarima y AHÍ NOS QUEDAMOS. Sólo nos movimos cuando vimos que estaban repartiendo las manillas del concierto y nos la pusimos por si acaso. Se fue llenado y llenando y quedamos bien ocultos.
Se hizo de noche, unos gringos hacían sus gritos desaforados de búfalos, a los que respondían unas argentinas con un cursi: "Amamos a los Stones" que un desadaptado, no se contenía en responder con un "a Diego también". Saltos y aplausos pero nada que aparecían. Ya estaba la luna como medio ojo encima de nosotros y de pronto, el enorme escenario de edificios redondos se encendió y las luces del Estadio, la pantalla central empezó a mostrar las imágenes de meteoritos circulando, hasta que pum se hizo la gran explosión, el biger bang, salió humo, sonaron las guitarras y la batería, "Start me up"… Apareció Mick Jagger con su chaqueta roja cantando.
Por un momento era tan familiar y a la vez tan extraño tenerlos ahí, Ron Wood y Keith tocando la guitarra, Charlie tocando la batería, Mick andando de un lado a otro del escenario. Empezando a hervir los ánimos que ya lo estaban y respondíamos con efusividad de saltos, palmadas al aire y gritos. Las argentinas que estaban adelante de nosotros se mecían como olas, un gigante al lado mío palmoteaba como queriendo destrozar el mundo, y yo zapateaba como si de esa manera lograra contener las canciones, seguirlas, ser parte de ellas. Atontado por el espectáculo, con la boca abierta, movía la cabeza como los perritos de los carros.
En "Midnight ramble", demostraron de qué iban, y sobre todo la maravilla de corista, diosa de caoba, que los acompañaba. Pero las guitarras dieron mucho de lo suyo y Mick poseyó con toda naturalidad el estadio. Era un rito pagano, pero que manera de congregar almas. Una vez abierta la caja de sorpresas, decidieron bajar un poco la intensidad con canciones del último disco (Biger than a Bang) que poco conocíamos, incluso Jagger se hizo con una guitarra y nos cantó una de las baladas. En algún momento la armónica nos volvió a traer a las raíces con "Honky Tonk women", y se le hizo un homenaje sentido a James Brown, maestro de la efusividad en la tarima, que cuando los Stones eran principiantes les supo enseñar cómo se hace un espectáculo.
Cuando pudo darse un respiro Mick nos presentó a los componentes del poderoso ritual, el de la pandereta, nuestra increíble corista, el de la guitarra acústica escondida, el saxo, la trompeta, el trombón. Darryl Jones, el bajista que desde el 93 remplazó a Wyman y que tiene en el currículum haber tocado con Miles Davis. Apareció Ronnie acompañado de una lluvia más intensa de aplausos, cuando salió Charlie ya era un aguacero y con Keith se convirtió en un vendaval de ovación. Varías veces intentó hablar llevándose las manos al corazón, pero los aplausos y gritos no lo dejaban, sonreía con su cara burlona, sus enormes labios de payaso y su nuevo bigote de tres días, y nosotros no nos callábamos, seguíamos gritando y aplaudiendo, visto que no podía habar tomó su guitarra blanca y empezó a cantar una de sus canciones, con su voz ronca y gastada de viejo bluesmen.
Desaparecieron por un momento, en el escenario movieron la batería y otras cosas, explosión de humo, volvieron todos a su sitio y mientras cantaban "Miss you" se empezaron a desplazar, con la tarima montado en un riel y se fueron hacia el centro del estadio. Ahora estaban lejos y de espaldas, pero seguían moviéndonos, luego vino "It´s only rock and roll but i like it", se encendieron las luces, volteamos hacia el escenario vacío en donde ahora una boca enorme con su lengua gigante temblaba como viniéndose encima para lamernos a todos, poco a poco el riel fue trayéndolos de vuelta. Se apagaron las luces, empezó a salir humo.
Hubo una gran explosión, y mientras que el ritmo de esos tambores rituales se daba paso, en la pantalla roja empezaron a aparecer unas formas blasfemas y Mick con una larga gabardina roja de ceremonias, se subió a una terraza que había en la parte más alta del escenario, "Please allow me to introduce myself, I´m a man of wealth and taste", ardieron unas llamas en la sima y todos posesos coreamos "Simpathy for the devil". No se trataba de estar en el lado oscuro, era simplemente oposición, rebelión, las huestes inconformes. Ardieron más llamas en el escenario, hubo más humo, "Brown Sugar" una maravillosa diosa negra enorme se tomaba el mundo: se hacía con la Torre Effel, con las ruinas de Roma, con los bulevares y avenidas de este planeta condenado, la belleza las poseía, se las tomaba, las hacía suyas.
A estas alturas Keith Richards apenas podía tocar la guitarra, se arrastraba por el suelo, se hacía de espaldas, negando algo que había sido evidencia en todo el concierto, (en un solo se quedó a mitad de camino), ya no podía más, afortunadamente tenía a Ron para soportarlo. Sin embargo, el hecho de que estuviera ahí, se mantuviera poderoso con sus sesentaypico años ya era suficiente. Mientras que Jagger, más aplicado a su responsabilidad de mantener la imagen del grupo, entrenando antes de cada aparición, era capaz de correr una y otra vez por todas las esquinas del escenario y hasta bajó y se pasó por el caminillo del centro. Estos señores sin lugar a duda son unos especialistas del espectáculo, no se les escapa nada, como los grandes magos saben todos los trucos y llega un momento en el que con la edad eso ya empieza a valer, más sabe el diablo por viejo… y por astuto. Se apagaron las luces, hubo un estallido de pólvora, desaparecieron.
Gritamos, aplaudimos, hicimos ovaciones, chiflidos, pedimos otra en español, en inglés. Como era natural, volvieron a aparecer con toda la potencia de "Satisfaction", empezamos a saltar, a gritar la letra, a intentar sacar con el ardor de las palmas la emoción. Ahí estaban con más fuerza que nunca, el Estadio volvió a arder como si estuviéramos en el comienzo, este público no se saciaría jamás, disfrute esta canción como ninguna, de pronto empezaron a agradecer y cayeron unas cintas de colores de los edificios del escenario. Entre la confusión y la emoción seguíamos aplaudiendo, pasaron todos al centro y se agacharon, luego quedaron los 4 Stones, empezaron a lanzar cosas para el público. Babeamos éxtasis, seguíamos palmeando y gritando, hasta que desaparecieron. Nos quedamos con la satisfacción en la garganta, pidiendo más, reventó de nuevo un juego de pólvora y luz y todo terminó. Silencio, luego quedamos rogando un poco más, se apagaron las luces, pusieron Bob Marley, entendimos, buen rollo. Final apoteósico. El concierto de los Rolling Stones había terminado y si algo podía definirlo letra por letra era ESPECTÁCULO, en el máximo estado puro, con toda la carga de adrenalina que esa palabra puede tener. Bajamos de Montjuic con un aura en el cuerpo, por una noche habíamos sido parte del mas puro ROCK.

lunes, 25 de junio de 2007

Intoxicación en Mayúsculas


Evitando caer en el letargo de la rutina y a la vez sin más remedio que terminar cayendo de lleno, Clínica de Intoxicación, un nombre tomado de una banda imaginaria de rock' n roll, es un bosque oscuro de letras que muchas veces conduce por el camino de la autodestrucción.
Aturdido por la idea de un mundo obsesionado por curar y erradicar de raíz nuestras debilidades y pecados, el único alivio que encuentro entre tanta demencia es la música y la bebida. Sin embargo, ninguna de las dos son suficientes. Todavía veo predicadores en cada esquina, monstruos de mil cabezas, enanos retorcidos, carteristas mancos y viejas brujas con aliento de cafetera.
Algún día se volverá a adormecer la bestia que llevo en mi interior. Con suerte antes de que terminen de agrietarse todas las paredes de mi cuerpo, dejándome sin más ánimos que el de revolcarme en mi propia decadencia.
Por eso a partir de ahora solamente abriré mis oídos a los mensajes subliminales, a las letras satánicas y a los sacrificios encimas de los escenarios. Porque quiero consumirme lo más rápido posible, pero no a la velocidad de una microfusa, sino de una garrapatea.
Quiero despertarme en el jardín de lo excesos, donde ni la gula, ni la lujuria, ni la envidia, sean pecados capitales, sino simple y llanamente mandamientos.
Así, sin más pretensiones que ser pretensiosos, este blog de carácter contestatario y respondón será la metadona para todos aquellos para los que desvalijar un coche no es una profesión, sino un paso firme hacia la salvación.