sábado, 12 de septiembre de 2009

Tres caminos hacia el fin

La llegada de los 70´s significó el final de la era hippie en muchos aspectos, no sólo la separación de los Beatles, sino la muerte de algunas leyendas sonadas: Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison. Sin embargo, poco se habla de sus últimos álbumes, de la música que nos dejaron y que de cierta manera significa el cierre del ciclo iniciado por la contracultura, que se hundida en el peso de su propio desencanto y que por la ley del mercado pasó a convertirse en la cultura.

Estas tres figuras llevaron hasta el límite su propia filosofía y fueron el sacrificio de lo que predicaban, el exceso, la vida al límite, la necesidad de probarlo todo, la creatividad, la psicodelia, la soledad, la muerte. Aunque no se puede negar que detrás de todo también estuvo la presión de la industria musical (en el caso de Jimi y Janis) y de la incomprensión. En el caso de Morrison, llegar al límite da la parodia de sí mismo y la necesidad de replantearse su vida, ese final (The end) tan anhelado que siempre lo acompañaba y perseguía, se lo llevó. En el caso de los tres no podía ser de otra forma, la necesidad de una muerte trágica para cerrar su leyenda romántica.
En sus últimos discos se veía un poco de la madurez alcanza que es el paso adelante para iniciar un nuevo ciclo. En el caso de Jimi Hendrix es un poco difícil decir cuál fue su última grabación debido a que le encantaban las improvisaciones, grabar varias tomas y realizar distintas pruebas (se dice que grabo el tema Gipsy Eyes 43 veces). Tomaremos como despedida su último disco editado en vida, Electric Ladyland (1968), en donde al fin pudo experimentar de la forma en que quería, haciendo versiones larguísimas de Voodoo Child y llevando a cuantos músicos se le iban cruzando en el camino al estudio para que improvisaran junto a él. Este caos en las grabaciones, llegó a desesperar su entonces representante Chas Chandler, hasta el punto de que renunció. Chandler, había sido el que había lazando la carrera del guitarrista, cuando lo escuchó tocar en vivo en el Café Wha, y decidió llevarlo a Londres y formarle una banda para que hiciera su música.

Por otro lado, el fin de los 60´s encontró a Janis, perdida, flotando en su propio satélite, coctel de sexo, drogas y vacio, más sola que nunca. Sus fans nunca le perdonaron haber abandonado a su grupo Big Brother, por hacer caso a sus representantes que decían que los músicos que componía a la banda carecían de talento y estaban frenando su desarrollo como cantante. Se consideró que había traicionado su filosofía hippie para caer en los trucos del mercadeo. Dígase lo que se diga, no se puede negar que Pearl (1971), su último álbum refleja todo su estilo, esta más cargado de blues y tristeza que ninguno, muestra toda su fragilidad, desamparo, rabia, su sexualidad y desazón. En este disco se encuentra una de las canciones que se han convertido en un himno del rock, Me and Bobby MCGee y cuyo coro, como se dice, lleva implícito el epitafio de la cantante y de toda su época: “Freedom is just another word for nothing left to lose” (que yo lo traduzco como: la libertad no es más que otra forma de decir nada que perder).
Janis reinventó su propia belleza, con una personalidad explosiva llena de energía y furor, además de algunas gotas de amargura y dulzura; lo contrario a la gordita llena de granos que la hizo sentirse una rechaza en la escuela. En la escena hippie apareció con sus disfraces estrafalarios y su sexualidad libre, cargada de frases provocadoras como: “canto como si estuviera follando y follo como una forma de liberación”. Sin embargo, esa libertad sexual no deja de reflejar esa soledad y falta de entendimiento que le dan los tintes lastimeros y dramáticos a su imagen con frases como “en el escenario le hago el amor a 25.000 personas y luego me voy a casa sola”, entre más daba menos recibía, toda su entrega y su angustia, su vulnerabilidad y dolor se ven ahí reflejados.
Hendrix por su parte vio atosigado su talento y sus ganas de experimentar por una serie de presiones externas. Por un lado mercantiles, de seguir con formulas comerciales y por otro lado políticas, los grupos de auto afirmación negros lo presionaban para que tomara un actitud más combativa, aunque él se declaraba apolítico y que no veía ninguna diferencia entre los colores de la piel. Estas presiones y su imposibilidad de decir no, lo fueron acorralando y lo metieron cada vez más en su propio mundo. Se sumergió en el estudio, lejos de ese ambiente, buscando salir en las improvisaciones, reventando su rabia en distorsiones, en sonidos amplificados y efectos eléctricos.
Por su parte Morrison, una vez conseguido el éxito y los dólares con lo que habían soñado junto con Ray Manzarek cuando decidieron formar The Doors, prefirió alejarse de un estrellato que se deshacía en la nada como un meteorito. Cansado de unos espectáculos en vivo que habían roto con la capacidad de improvisación escénica que había mostrado en un comienzo, para culminar con la imagen patética de un Dionisio que se arrastraba borracho y que no conseguía otra forma de atraer y chocar al público que mostrar su pene (que quizá era parte de su filosofía de provocación y de romper los límites). Sin embargo, el chistesito le salió caro y el puritanismo norteamericano aprovechó para caerle encima y estuvo a punto de parar en la cárcel. Esta persecución legal llevó a que replanteara su carrera; no cayendo como Janis en los trucos de la industria, que lo invitaron a abandonar la banda y formar una nueva con músicos más experimentados, a lo cual Morrison contesto con un rotundo No; si no preparando su despedida.


El último álbum de The Doors, L.A Woman (1971) muestra su estilo correoso lejos del exceso dramático de los otros discos y retornando a las raíces bluseras. Demuestra la madurez que da paso al fin de una etapa, como se puede ver en la carátula del disco en donde aparece un Morrison barbudo. Varias de las canciones ya van sonando a despedida, por ejemplo el estribillo de Been down so long, que dice: “he caído tan bajo que a mí me parece como si estuviera arriba, porque no, ustedes, gente, me dejan libre”. Una vez grabado el disco Morrison decidió darle un vuelco a su vida, alejarse de la parafernalia del mundo del espectáculo y pasar desapercibido en Paris, dedicándose a escribir sus poesías, como tanto había esperado, aunque no pudo escapar del fin.
Jimi Hendrix murió el 18 de septiembre de 1970, ahogado en su propio vómito después de consumir un exceso de barbitúricos. Janis Joplin, casi un mes después, el 4 de octubre de 1970, por exceso de heroína. A Morrison lo encontraron el 3 de julio de 1971, flotando exánime en una tina en su departamento de Paris, debido a un paro cardiaco.
En algunos casos se ha especulado con el asesinato, pero suelen ser extrañas ideas paranoicas. ¿Suicidio? ¿Accidente? era parte del juego, del límite, del exceso. De andar por la cuerda floja, de estar en el filo de la auto destrucción. Era la vida frenética y desesperada, unida a la desazón. Acorralados por la desilusión de un mundo externo que quería limitar sus posibilidades creativas a la vez que había convertido su personalidad en la de figuritas del espectáculo. Los tres vivieron una juventud solitaria y creativa, los tres pensaron que habían encontrado el camino para expresar todo lo que tenían entremezclado en sus tripas. Los tres nos dejaron grandes discos que hablan mucho más que cualquier otra cosa de su época y de las vías de expresión que encontraron. Es una coincidencia que los tres murieran a los 27 años, la misma edad en la que murió Robert Johnson, (pero de él hablaremos más adelante). Hendrix, Janis, Morrison, murieron en su ley, alcanzaron la tan anhelada libertad a su manera, lejos de la resaca final de los 60´s, su música sigue siendo emblemática y significativa.