martes, 28 de julio de 2009

ByRnCELONA

Quién diría que terminaría perseguido por las bibliotecas públicas de Barcelona. Tres semanas, esta vez tiene que devolverlos como máximo en tres semanas, me dice la funcionaria mientras me entrega los libros. Asiento regañado. Ya no solo había perdido toda mi credibilidad ante mi familia, sino también con los bibliotecarios de la ciudad. Estaba en su lista negra y eso no se borra así como así. Llevaba tres meses de ausencia, pero en realidad eran más, porque hacía dos años, desde que me botaron del trabajo, que me estaba yendo de Barcelona.
Entro al baño del bar Bukowski de la calle Tamarit. En el inodoro veo una cucaracha ahogándose. El chorro le cae a propósito encima y termina de hundirla. Recuerdo que al principio odiaba la música de Talking Heads. Me parecía estúpida. Supongo que era porque había un tipo en el colegio que me caía mal y que se parecía a su cantante, David Byrne. Después empecé a prestarle mejor atención y mi opinión de ellos cambió, atraído por la simpleza que circulaba dentro de su complejidad. Recuerdo que el primer disco que escuché de ellos lo saqué de la biblioteca del Parque Escorxador, más conocido como el parque Miró. En ese tiempo le alquilaba una habitación a un odontólogo en el noveno piso de la calle Paral.lel. Cerca de Plaza España. Desde ahí arriba, desde la terraza, se podían ver las dos montañas que arropan la ciudad. Pero eso no era todo lo que se podía ver. La vida de la gente, como en un teatro, quedaba expuesta a mis ojos fisgones. Como un día en que por casualidad me asomé y pude ver en uno de los balcones del frente una vecina sentada solo con su ropa interior, escapando del absurdo calor que hacia dentro de los apartamentos. Eso fue antes de las vacaciones, una de esas mañanas en las que me despertaba demasiado tarde para ir a la universidad.
Sobre la actuación me enteré por casualidad. Estaba caminando por la calle cuando de pronto vi un anuncio en el que ponía que David Byrne iba a tocar en esos días en el Palau de la Música. En un principio pensé que no encontraría entradas para el concierto. Por suerte aun quedaban boletos para las localidades más baratas. Hacía casi una década que Byrne no pisaba Barcelona. Al menos que yo me haya dado cuenta. Su último concierto fue en el Razzmatazz. Ahí estuve yo. En ese entonces vino a promocionar Look in to the Eyeball, ahora, regresaba para presentar en vivo Everything that happens will happen today, su última colaboración con Brian Eno.
El espectáculo está a punto de empezar. Salgo del metro. Cruzo Vía Layetana, detrás, bloqueado por otro edificio, se asoma por fin el Palau. Al entrar por la cafetería me invade un olor a café con leche rancio que impregnaba las baldosas modernistas. Voy a mi asiento. Las luces se apagan. Sale David Byrne al escenario.
La voz nerviosa del artista comienza el repertorio con Strange Overtones. Esta vez la puesta en escena es completamente diferente a la del Razzmatazz. Los violines y el chelo han desaparecido del escenario para dar cabida a un grupo de bailarines. Toda la banda va vestida de blanco impecable, más que nada porque de vez en cuando ellos también forman parte de la coreografía. Se trata de una banda bastante fogosa, más funkera, que derrocha más energía. Byrne de vez en cuando toma la guitarra acústica, ofreciendo su versión más melosa. Con su falsete va desafiando los límites de la afinación, caminando por una cuerda floja, de la que parece que se fuera a caer, pero justo cuando empieza a tambalear, logra dar con la nota adecuada.
Al salir del concierto camino por las calles oscuras del Raval. Ya no tengo casa, estoy incomodando a un amigo que me deja utilizar su sofá cama. A esa hora todavía hay trenes, pero decido irme a pie. Su apartamento queda cerca de la Estación de Sants, donde en mi etapa más pailas solía ofrecerle acomodamiento en pensiones baratas a los turistas que se acaban de bajar del tren. Esos tiempos parecen tan lejanos y a la vez tan cercanos.