domingo, 4 de mayo de 2008

Un voraz apetito por existir

La otra noche estábamos con unos amigos tomando unas cervezas y uno de ellos nos fue llevando a esos temas callejón sin salida: el precio del arriendo, los bancos, la negación a hacer contratos fijos. Otro respondió que estaba impresionado de la superficialidad en la que había caído el mundo en general, sólo pensando en préstamos, en tener cosas y en presumir. Todos estamos en la línea de los 30 y somos una especie de jubilados, algo así como los anteriores hidalgos, nos pasamos la vida cazando trabajos temporales, ganado algo de dinero, ahorrando un poco y sobretodo disfrutando del tiempo libre.

Hace poco estuve sobrepasando mi existencia, porque pensaba que ya estaba en edad para hacer algo productivo y tener una especie de destino estable. Me sentía como navegando hacia ninguna parte o estancado en un pantano. Empecé a sentir la necesidad de tener raíces en la tierra y de buscar la manera de procurarlas. Sin embargo, descubrí que seguía vagando de un lugar a otro y esa era mi forma de encontrarle cierta gracia al día a día, entendí que tenía que asumirlo y disfrutarlo mientras podía.

A eso de los 20 años me topé con “En el camino” de Jack Kerouac, lo leí y en ese entonces quedé fascinado porque pensé que esa era la vida que quería vivir. Unos 5 años después lo volvía a ver y descubrí la forma tan profunda como los libros pueden influenciar sin que uno se de cuenta, sentí que todo lo que estaba releyendo de alguna manera era lo que había vivido los años anteriores y me quedé con esta frase: “ENTENDER que EN REALIDAD no estamos preocupados por NADA”.

Pero en ese lapso de 5 años, también me había topado con alguien quizá mucho más influyente y al que desafortunadamente, algunas veces se le toma poco en cuenta simplemente porque tiene la capacidad de hablar tranquilamente de todo, incluso del SEXO. Lo cual me parece muy bien porque es quizá la única acción noble que pueda hacer la humanidad, pero no es a lo único que se limita Henry Miller.



Cuando saco un libro de Henry Miller de la biblioteca siempre me miran de manera extraña, cuando voy en el metro también, incluso mis amigos hacen comentarios estúpidos. Me parece increíble cómo se limita a un escritor que dice cosas tan interesantes, que es mucho más explosivo en otros temas y ámbitos, que es increíblemente crítico y corrosivo con una sociedad podrida, y sobretodo que no tuvo miedo de asumir su vida y de dedicarse a ella con gusto. Pero esto no se entiende porque le pusieron una etiqueta fácil con la que se quedó: escritor obsceno.

A los que nos gusta leer a Kerouac e incluso a Bukowski, podemos encontrar en Henry Miller todo esto e incluso mucho más. Él es la base de todas esas inquietudes, de ese inconformismo y ese descontento. Lo irónico es que haya escrito sus trópicos casi 20 años antes de “En el camino” y en la meca del puritanismo y la doble moral sólo lo hayan publicado 2 años después de la revolución Beat y siempre con la etiqueta estúpida de pornográfico. Cualquiera que esté buscando esto va a salir más que decepcionado, mil veces mejor el Marqués. Pero a lo que seguramente temían las altas autoridades de la moral y las buenas costumbres es que él denunció la cloaca en la que se bañaban, los pilares de mierda en los que se sostienen y tuvo la capacidad de criticarlas, de descubrir la nefasta sociedad occidental del progreso, lo vacío y desolador del consumismo, la tristeza de sociedad a la que llegamos con tanta ilustración, que se sigue inflando y cebando, ante la mirada atónita de los que no creemos en nada de eso. Nada de esto es nuevo, pero lo triste es que hayan ocultado a este autor con una etiqueta fácil con la que sigue y con la que han tapado todo lo demás.

Los libros de Henry Miller son un canto a la vida, una oposición a la desazón en las que nos han encajado, son el alegato en contra de una supremacía de carroña, que se expande desde Estados Unidos al oeste de Europa y como una peste ha ido arrasando con Sur América, Asia y África, ya vemos el despojo de mundo que nos queda. La opción no son grandes ideologías, ni religiones, ni ningún tipo de ismos. La opción que pide Henry Miller, está en uno mismo, él como dice en una de sus novelas la descubrió en Grecia, y no tiene nada que ver con el mundo antiguo (o quizá si), sino más bien con el hombre básico que asume su posición en la naturaleza y es capaz de vivir sin imposturas. Lo único que se puede hacer es vivir con honestidad y no tragar entero toda esa mierda que nos sirven a cada hora.

Hizo trabajos malos, como la mayoría de la humanidad, durante alguna parte de su existencia, hasta que se hartó de Nueva York y la muerte que se escondía en sus pálidos rascacielos. Viajó a París en busca de algo más, algo diferente, y durante 10 años vagando por Clichy entre putas y seres decadentes, descubrió más de lo mismo, Occidente era una casuela de putrefacción, es. Pero lo más interesante, es que su obra demuestra que no se trata de encerrarse y lamentarse por lo que se ve alrededor o de regresar a la edad media. Se trata de asumir la realidad, de no tragar entero, de no morir, de dejarse sorprender, de aprender a disfrutar de los manantiales de vida que corren constantemente en todos los lugares. Se trata de vivir sin necesidad de arriendo, sin necesidad de hipotecas, sin necesidad de coche. O mejor, con todo esto como con cualquier enfermedad, pero sin dejar que te consuman. Todo eso son accesorios, etiquetas que se ponen para cegar. La suya es una literatura dinámica, llena de fuerza y vigor, sin necesidad de estructuras o palabras complicadas. Honesta y natural, llena de fibra, una literatura que vive, invita a existir y ayuda a resistir. Henry Miller, no habla SOLO de SEXO, habla de aprender a vivir por medio del ejemplo.

Me hubiera gustado estar esa noche bebiendo cerveza con el hombre de los trópicos, escuchar alguna de sus anécdotas decadentes y partirme de risa. Ver cómo se sumergen en la nada todas esas cosas vanas que nos han puesto como grilletes para mantener el nuevo feudalismo. Hubo un momento en el que empecé a dejar de navegar hacia la nada y decidí hacerlo rumbo a la felicidad, lo que quiera que eso sea, está en todas y ninguna parte. Seguiré así como un hidalgo, como El Buscón de Quevedo, vagando por ahí, mientras que pueda no pagar impuestos, ni hipotecas, creo que seré un hombre de verdad. Sé que no durará por siempre, pero mientras pueda, lo intentaré.